Vía El Economista por Gerardo Flores
Mientras el Presidente sigue viviendo en ese mundo de ensueño en el que él es el protagonista de la más hermosa e inspiradora historia de la transformación de un país y el pueblo agradecido lo vitorea por su extraordinaria generosidad al dejarles como legado un grandioso proyecto ferroviario y una hermosa refinería en Dos Bocas, el país sucumbe ante la creciente demostración de poder del crimen organizado.
Las imágenes del fin de semana, que mostraron la cruda realidad que viven muchos mexicanos en gran parte del país, en esta ocasión de habitantes de un municipio del sur de Chiapas vitoreando el paso de camionetas tripuladas por miembros del cartel de Sinaloa -aunque no está claro si lo hacían genuinamente o amenazados por ese grupo criminal-, son un golpe de realidad para ese soñador que se niega a reconocer que no solo ha fallado estrepitosamente la estrategia en materia de seguridad, sino también su apuesta anclada en programas sociales que reparten dinero directamente a las familias, con escasa supervisión y rendición de cuentas, para evitar que los jóvenes resistan las tentaciones de aventurarse en el crimen organizado.
Este domingo inicia la cuenta regresiva de ese odioso último año de gobierno, ese año en el que los presidentes de México han visto la erosión creciente de su poder, junto con los cada vez mayores signos de que buena parte de los programas de gobierno o sus proyectos de infraestructura no están cumpliendo con los objetivos con los que se instrumentaron.
A diferencia de otros presidentes, el presidente López Obrador está obsesionado con visitar en forma recurrente sus grandes proyectos de infraestructura, para asegurarse de que se entregarán y empezarán a funcionar, aunque sea un día antes de que deje el poder. No importa si el costo de esos proyectos se duplicó o se triplicó, eso es lo de menos para un presidente que literalmente está empeñado en que sus obras se concluyan antes del fin de su mandato, cuesten lo que cuesten.
Sin embargo, la deficiente gestión de los tres temas que preocupan de manera central a los mexicanos, seguridad, educación y salud, harán que a la larga palidezcan los faraónicos proyectos de infraestructura, aún cuando hayan puesto en riesgo las finanzas públicas de nuestro país. Por ejemplo, con la cada vez más notoria presencia de los carteles del crimen organizado en buena parte del país, ¿qué impide pensar que apenas entre en funciones el famoso Tren Maya no se convertirá en un eje de disputa entre los grupos criminales que seguramente buscarán asegurarse el control de un importante eje de transporte que cruzará la Península de Yucatán? La misma interrogante aplica para el proyecto del Tren Transístmico.
O bien, ¿cómo podemos estar seguros de que el crimen organizado se mantendrá ajeno a la operación de la refinería de Dos Bocas? ¿A poco creen que los carteles metidos en el negocio del huachicol resistirán la tentación de extraer rentas ilegales de la majestuosa obra que les estará heredando la actual administración?
Mientras que el crimen organizado ha encontrado las circunstancias propicias para consolidar su presencia geográfica e incrementar su poderío, los mexicanos enfrentan un entorno mucho más complicado que al cierre de la anterior administración para resolver sus problemas de salud y educación. En el caso de la salud, se trata de un desafío que ahora no solo le cuesta más a los mexicanos, sino que absorbe un mayor porcentaje del bolsillo de los mexicanos, según lo evidenció el INEGI con la más reciente Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH).
En el caso de la educación, el panorama es aún más preocupante por el desprecio de esta administración por la verdadera educación de calidad, basta asomarse con objetividad a revisar el contenido de los libros de texto gratuito para darse cuenta de que no nos llevan a buen puerto. Tampoco olvidemos el desdén por las escuelas de tiempo completo. Las consecuencias ya se asoman, ahí están los preocupantes resultados en lectura y matemáticas que arrojó la reciente prueba diagnóstica de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación.
Lamentablemente, no hay espacio para el optimismo.