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Un día de muertos digital

2019-10-22

Los eventos de telecomunicaciones nos muestran como los avances tecnológicos nos transportan a un mundo donde la información es el motor principal de crecimiento económico. Quienes controlen el conocimiento y su discurso serán quienes definan el camino a seguir. Mientras esto ocurre, pocos dudan que la ruta al desarrollo digital impactará al ser humano de formas diversas, desde su comportamiento hasta su visión del mundo.

Es un futuro no tan lejano donde el hombre es un ser híper-conectado donde su inteligencia será complementada por datos que solicite en tiempo real a una máquina que lo acompañe en todo momento. Lo enigmáticamente cuestionable es como se seleccionarán los datos que responderán esa pregunta. ¿Cómo un algoritmo podrá incluir, con ceros y unos, cuestiones que son culturales, religiosas o morales al momento de responder una misma pregunta hecha en distintos rincones del mundo? Sí, quizá las gafas de Google llegaron antes de que el mundo estuviese preparado.

Los cínicos podrían afirmar que esta nueva vida lo que fomenta es una malsana dependencia en máquinas que puede, entre otras cosa, desestimular el aprendizaje de las personas. Los seres humanos quedarán pasterizados y homogeneizados, acercándose en un mundo cada vez con menos tonalidades de gris a una intolerancia hacia los colores.  El camino que no se logró con Babel parece alcanzable con Netflix de la mano de Amazon…

¿Para qué aprender una nueva lengua o fórmulas matemáticas complejas si con tan solo alzar la voz y preguntar al servicio de inteligencia artificial del hogar se obtiene una respuesta? ¿Acaso hay incentivo para que el conocimiento agregado de las personas no esté ligado a su función como ente que fomenta la productividad? ¿Realmente una misma pregunta siempre evoca la misma respuesta?

Precisamente es en este bucólico jardín donde con la tecnología todo es posible cabe preguntar quien está definiendo y separando lo aceptable de lo inmoral. En algún momento de la vida de esas máquinas que van aprendiendo de las acciones que se le han programado hubo injerencia humana. Un individuo lleno de prejuicios y con una visión del mundo particular. ¿Cómo esterilizar todo ese bagaje que lo hace humano al programar una máquina?

O mejor dicho, ¿quién está detrás del financiamiento de ese experto que al final de cuentas sigue las instrucciones de quien firma su salario? ¿Podemos confiar el en altruismo de las personas? ¿Nos encontramos tranquilos sabiendo que en algún lugar del mundo hay una persona que desea nombrar todas las cosas y como nuevo Adán controlar con palabras todo a su alrededor?

Mientras continuamos el camino a un mundo que cada vez se vive más en la interacción con dispositivos, significará para nosotros que estar sumergidos de la realidad será suficiente incentivo para que sobrevivan los gobiernos. Prácticamente vemos una y otra vez ejemplos ficticios y reales de cómo se va privatizando la vida. Llegar a vivir en un mundo donde países enteros han sido privatizados parece ser el paso normal de esta enorme distopía financiera que impacta a todo el mundo excepto a esos pocos que van hilando los rezos que consumiremos como simple información en estados convertidos en empresas y humanos en simples activos temporales que se amortizan anualmente.

Tantas posibilidades incitan a meditar. Al final de cuentas, es gracias a la tecnología que por primera vez que el mundo no parece lleno de sorpresas. Es un espacio cuantificado, medido y googleado. Lo inevitable es el arribo de una nueva deidad. Una que haga potable tanto rechazo a las creencias de nuestros abuelos mientras se van digiriendo múltiples voces, distintas perspectivas y la confianza. O es que nadie ha pensado ¿será posible una sociedad totalmente digitalizada si existen visiones distintas de la humanidad?

Es obvio que la digitalización se da principalmente en zonas urbanas y quienes a estas alturas no se encuentran conectados viven en localidades rurales o simplemente exhiben niveles de pobreza tan grandes que auto-digitalizarse no es una opción, entonces ¿cuál es el futuro de la transformación digital para ellos? Es el mismo viejo problema de la humanidad, la inclusión, pero con nuevas tecnologías.

Asimismo, reconozcamos el poder de las palabras al cuestionar un mundo donde los contenidos son producidos por una cantidad menor de medios. ¿Cuál podría ser el futuro si las noticias que se consuman provengan del mismo lugar convirtiendo en realidad los datos alternativos y el odio que exhiben algunos sectores pudientes de la sociedad occidental?

¿Cómo se manifestará el odio en un mundo híper-conectado, si hablo del racismo, la misoginia, la homofobia o el clasismo? ¿Cómo se amoldará la regulación global para regular la intolerancia o nuevamente veremos la dignidad humana sucumbir a los mismos de siempre?

Sé que parece demasiado alejado lo que planteo, quizás más digno de un libro de Ursula K. Le Guin, Alan Moore o Margaret Atwood. Sin embargo, son temas que ya en el pasado de alguna manera fueron abordados por Asimov y Orwell. Lo interesante es colocar una lupa para ver que quien realmente manda es el ciudadano con más dinero y su principal portavoz no es el CEO de su empresa sino el mandatario de su país.

También queda la posibilidad de que todo lo anterior fuese una simple fantasía que sirve como preámbulo al día de los muertos. Espero no encontrárlos pixelados.

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Gerardo Soria Gutiérrez Es abogado y consultor en derecho especializado en telecomunicaciones de México. Licenciado en Derecho, summa cum laude, por la Universidad Iberoamericana...