Ícono del sitio IDET

Helarte de ser mujer

vía La Lista News.

La violencia de género es un cáncer que ha hecho metástasis en una civilización enferma de miedo. ¿Y si en lugar de dividirnos nos multiplicáramos como seres humanos?

La misoginia y el patriarcado como fenómenos sociales no han logrado ser resueltos y son las causas de un desequilibrio social que ha prevalecido por siglos. La dualidad que inicia con Aristóteles al definir la inferioridad de la mujer frente al hombre se replica en pensamientos religiosos que promueven la aversión hacia las mujeres en sus dogmas, y multiplican mensajes de odio y desvalorización de género a través de “libros sagrados”, con los que la humanidad se ha guiado históricamente y que suponen de la mujer una incapacidad de participar y destacar en un sinfín de roles sociales, culturales y económicos, por mencionar algunos.

El abuso no tiene territorialidad. En las aparentemente más abiertas sociedades occidentales, las mujeres son acalladas por grupos sociales que no logran entender que el maltrato verbal, psicológico y emocional ya no tienen cabida en el discurso de nuestro tiempo. En Oriente, las mujeres musulmanas deben seguir la tradición de la vida de Mahoma y respetar el Corán con el uso vestimentas como el burka o el hijab, prendas que las cubren por completo al salir de casa para no mostrar su belleza, empezando por su rostro, que es considerada la parte más tentadora de su cuerpo para despertar el deseo sexual de los hombres.

Desde el inicio del movimiento #MeToo, las mujeres en todo el mundo han usado las redes sociales como una herramienta para la movilización de protestas contra el abuso, tratos discriminatorios y para la construcción de un cambio social.

Las mujeres musulmanas utilizan la conectividad para multiplicar sus mensajes y atraer a otras a unirse a movimientos sociales que les permitan recuperar los derechos de igualdad que perdieron en la revolución islámica de 1979. A través de campañas como “miércoles blancos” o “libertades sigilosas de mujeres en Irán”, invitan a otras a sumarse a protestas pacíficas para defenderse contra el uso obligatorio del hijab, sin embargo, estos ejercicios no han sido bien recibidos por las autoridades religiosas, quienes consideran que es un comportamiento que asumen las mujeres para incitar a los hombres y hacerlos cometer pecados, consigna con la que acallan las voces de miles de mujeres en la búsqueda de una sociedad más justa.

Este grito silencioso se transformó cuando Mahsa Amini, mujer kurda de 22 años, fue detenida por supuestamente atentar contra la moral de su pueblo, al no respetar las estrictas reglas del uso del velo y el código de conducta islámico que promueve que las mujeres no muestren el cabello ni ropa “provocativa” e, incluso, eviten usar maquillaje. Fue golpeada brutalmente por la “policía moral”, murió de un supuesto ataque al corazón.

Este hecho indignó a una comunidad internacional que gracias a la conectividad se ha fortalecido en su lucha por la igualdad de derechos, alentado a todo el mundo a sumarse y a no distinguir a las mujeres iraníes como personas aisladas, sino como una situación límite que acelera la necesidad de terminar con la violencia de género, misma que hoy es una de las faltas más generalizadas de los derechos humanos, que produce enormes consecuencias físicas, sociales, económicas y psicológicas a nivel global, y que se ha ido agravando en número de asesinatos por parte de parejas y exparejas de las mujeres, para demostrar una superioridad frente a sus compañeras.

La violencia de género es un cáncer que ha hecho metástasis en una civilización enferma de miedo. Es una de las degeneraciones más agresivas que padece la mujer, y del que debe sensibilizarse a la población mundial para promover su erradicación.

¿Y si en lugar de dividirnos nos multiplicáramos como seres humanos?

Salir de la versión móvil