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La sorpresa

La victoria de Donald Trump, en la elección presidencial de los Estados Unidos de América, ha generado una reflexión sin precedentes en diversos ámbitos, como es el caso del entorno mediático, en sentido amplio, que rodeó a este proceso.

Los medios masivos de comunicación tradicionales estadounidenses, impresos y electrónicos, así como las herramientas que utilizan predominantemente en procesos electorales, como son los sondeos y encuestas, fallaron mayoritariamente en sus predicciones.

Diversos análisis apuntan, después de conocerse los resultados de la jornada, a una evidente desconexión entre la visión que reflejaron estos medios (mainstream media), a través de la información que eligieron privilegiar y la postura, a manera de comentarios editoriales de sus principales voces, respecto del sentir de buena parte de la población de aquel país, principalmente la ubicada fuera de los grandes centros urbanos. Esta conclusión, en muchos casos, representa un mea culpa respecto de la posición editorial que se adoptó a favor de la candidata demócrata, Hillary Clinton, y contraria al ganador de la contienda, Donald Trump.

La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. Para poder entender la influencia, que tuvieron la multiplicidad de medios de comunicación utilizados durante el proceso electoral estadounidense, en las urnas, lo primero que debe reconocerse es que el modelo tradicional para establecer comunicación con la población está sufriendo cambios constantes que ponen en entredicho fundamentos mismos vigentes durante décadas. Como nunca en la historia, según los análisis publicados en días recientes, los políticos y la sociedad deben entender que la multiplicidad de formas y medios para ejercer actividades de comunicación, tienden a una fragmentación e individualización de la misma.

La estrategia de la campaña del candidato ganador, Donald Trump, incluyó, por ejemplo, un gasto comparable de propaganda en medios electrónicos tradicionales respecto del invertido en redes sociales como Facebook. La apuesta, a decir de algunos, se basó en la noción de que la personas que eligen informarse a través de las nuevas plataformas basadas en el Internet, normalmente le conceden una mayor veracidad a los mensajes que reciben a través de las mismas, que a la información divulgada en forma centralizada por los grandes conglomerados mediáticos.

Lo anterior no quiere decir que los grandes conglomerados no hayan jugado un papel importantísimo en el resultado electoral. Independientemente de la línea editorial propia de cada medio, la cobertura, aún con connotación negativa, que se le concedió a Trump, fue mucho mayor a la que presuntamente recibió Hillary Clinton, orientada, en buena medida, por los altos índices de audiencia que obtenía la información sobre Trump. Así, aunque resulte paradójico, la persona que menos gastó en publicitarse en los medios de comunicación tradicionales al parecer tuvo mayor exposición de los mismos, en forma gratuita, hacia el electorado.

En nuestro país, el modelo de comunicación electoral descansa en una regulación que concede preeminencia a la difusión de mensajes a través de la radio y televisión radiodifundida, sin considerar los efectos que tienen en estos procesos los nuevos medios de comunicación. Lo ocurrido en estos meses en el vecino país del norte, necesariamente debe ser analizado en torno a la pertinencia de mantener este modelo rebasado por la realidad.

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